UN DÍA EN LA CÁRCEL CON NELSON MANDELA
Nelson Mandela, el famoso líder del movimiento que terminó
con la discriminación racial del Apartheid en Sudáfrica, fue condenado a cadena
perpetua en 1964, junto con otros líderes. Y después de 27 años, en 1990, fue
puesto en libertad.
Mandela pasó los primeros 18 de sus 27 años en la estricta
prisión de Robben Island. Dormía en una celda pequeña sin una cama y sin
acueducto, y fue obligado a realizar trabajos forzados en una cantera. Podía
escribir y recibir 1 carta cada seis meses, y una vez al año se le permitía
reunirse 1 un visitante durante 30 minutos.
En estos momentos en que hemos vivido varias semanas
de aislamiento en nuestras viviendas debido a la pandemia del Covid-19, su
capacidad de adaptación, paciencia, perdón y fortaleza interior, pueden ser una
fuente de inspiración para muchos.
En algún momento comentó que cada día era prácticamente
igual al anterior, cada semana y cada mes iguales a los anteriores. Aquí un breve
relato suyo de un día común en la cárcel, durante los primeros meses de su confinamiento:
Éramos despertados a las 5:30 cada mañana por el
guardia de la noche, quien hacía sonar una campana de bronce y nos gritaba: "¡Despierten!
¡Levántense!" Siempre he sido madrugador y esta hora no fue una carga para
mí. Aunque nos despertaban a las 5:30, no nos dejaban salir de nuestras celdas
hasta las 6:45, tiempo durante el cual debíamos limpiar nuestras celdas y
enrollar nuestras esteras y mantas. No teníamos agua corriente en nuestras
celdas y en lugar de inodoros había baldes sanitarios de hierro. Tenían una
tapa de porcelana cóncava en la parte superior que podía contener agua. El agua
en esta tapa estaba destinada a ser usada para afeitarse y limpiar nuestras
manos y caras.
A las 6:45, cuando nos dejaban salir de nuestras
celdas, lo primero que hacíamos era vaciar nuestros baldes. Debían limpiarse a
fondo en los baños al final del pasillo para que no crearan un hedor. Lo único
agradable de limpiarlos era que éste era un momento en que podíamos hablar en
voz baja con nuestros colegas. A los guardianes no les gustaba quedarse cuando
los limpiábamos, por lo que era una oportunidad para hablar entre nosotros.
Durante esos primeros meses, los prisioneros de la
sección general nos entregaban el desayuno en nuestras celdas. A las
autoridades les gustaba decir que recibíamos una dieta balanceada. ¡De hecho
estaba balanceada entre lo desagradable y lo incomible!
En medio del desayuno, los guardias gritaban dando
aviso para que nos ubicáramos fuera de nuestras celdas, para ser inspeccionados.
Se requería que cada prisionero tuviera los tres botones de su chaqueta de
color caqui debidamente abrochados. Se nos pedía que nos quitáramos el sombrero
cuando pasaba el guardia. Si nuestros botones estaban desabrochados, o no nos quitábamos
nuestros sombreros o nuestras celdas no estaban ordenadas, se nos acusaba de
una violación del código de la prisión y se nos castigaba con el aislamiento o
la pérdida de comidas.
Después de unos meses, nos llevaban el desayuno al
patio en viejos bidones metálicos de aceite. Entonces solía salir al patio y
trotar por el perímetro hasta que llegaba el desayuno.
Después de la inspección, trabajábamos en el patio
golpeando piedras hasta el mediodía. No había descansos, si reducíamos la
velocidad los guardianes nos gritaban. Al mediodía, la campana sonaba para
almorzar y otro contenedor metálico de comida era llevado al patio.
Después del almuerzo trabajábamos hasta las cuatro,
cuando los guardias hacían sonar silbidos y una vez más nos ponían en fila para
ser contados e inspeccionados. Luego nos permitían asearnos durante media hora.
El baño al final de nuestro corredor tenía dos duchas de agua de mar, un grifo
de agua salada y tres grandes baldes de metal galvanizado, que se usaban como
bañeras. No había agua caliente. Nos parábamos o nos poníamos en cuclillas en
estos baldes, enjabonándonos y limpiándonos el polvo del día con el agua salada.
Lavarse con agua fría cuando hace frío afuera no es agradable, pero la aprovechábamos
al máximo. Algunas veces cantábamos al bañarnos, lo que hacía que el agua
pareciera menos helada. En esos primeros días, esta era una de las pocas veces en
que podíamos volver a conversar.
Precisamente a las 4:30 pm, sonaba un fuerte golpe de la
puerta de madera al final de nuestro corredor, lo que significaba que la cena
había sido entregada. Los prisioneros con más derechos solían servirnos la
comida y nosotros regresábamos a nuestras celdas para consumirla.
A las 8 p.m., el guardia nocturno se encerraba en el
pasillo con nosotros y caminaba, ordenándonos que nos fuéramos a dormir. Nunca
se escuchó ningún grito de "luces apagadas" en Robben Island porque
la única bombilla cubierta de malla en nuestra celda iluminaba día y noche. Más
adelante, aquellos que estudiaban para grados superiores podían leer hasta las
diez u once.
Extractos de su libro “Un largo camino hacia la
libertad” tomados de https://www.pbs.org/wgbh/pages/frontline/shows/mandela/prison/darkyears.html
Y tú: ¿Te sientes agradecido por las condiciones de vida que
tienes actualmente?
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