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sábado, 30 de mayo de 2020

HIstoria: Un día en la cárcel con Nelson Mandela


UN DÍA EN LA CÁRCEL CON NELSON MANDELA

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Nelson Mandela, el famoso líder del movimiento que terminó con la discriminación racial del Apartheid en Sudáfrica, fue condenado a cadena perpetua en 1964, junto con otros líderes. Y después de 27 años, en 1990, fue puesto en libertad.

Mandela pasó los primeros 18 de sus 27 años en la estricta prisión de Robben Island. Dormía en una celda pequeña sin una cama y sin acueducto, y fue obligado a realizar trabajos forzados en una cantera. Podía escribir y recibir 1 carta cada seis meses, y una vez al año se le permitía reunirse 1 un visitante durante 30 minutos.

En estos momentos en que hemos vivido varias semanas de aislamiento en nuestras viviendas debido a la pandemia del Covid-19, su capacidad de adaptación, paciencia, perdón y fortaleza interior, pueden ser una fuente de inspiración para muchos.

En algún momento comentó que cada día era prácticamente igual al anterior, cada semana y cada mes iguales a los anteriores. Aquí un breve relato suyo de un día común en la cárcel, durante los primeros meses de su confinamiento:

Éramos despertados a las 5:30 cada mañana por el guardia de la noche, quien hacía sonar una campana de bronce y nos gritaba: "¡Despierten! ¡Levántense!" Siempre he sido madrugador y esta hora no fue una carga para mí. Aunque nos despertaban a las 5:30, no nos dejaban salir de nuestras celdas hasta las 6:45, tiempo durante el cual debíamos limpiar nuestras celdas y enrollar nuestras esteras y mantas. No teníamos agua corriente en nuestras celdas y en lugar de inodoros había baldes sanitarios de hierro. Tenían una tapa de porcelana cóncava en la parte superior que podía contener agua. El agua en esta tapa estaba destinada a ser usada para afeitarse y limpiar nuestras manos y caras.

A las 6:45, cuando nos dejaban salir de nuestras celdas, lo primero que hacíamos era vaciar nuestros baldes. Debían limpiarse a fondo en los baños al final del pasillo para que no crearan un hedor. Lo único agradable de limpiarlos era que éste era un momento en que podíamos hablar en voz baja con nuestros colegas. A los guardianes no les gustaba quedarse cuando los limpiábamos, por lo que era una oportunidad para hablar entre nosotros.

Durante esos primeros meses, los prisioneros de la sección general nos entregaban el desayuno en nuestras celdas. A las autoridades les gustaba decir que recibíamos una dieta balanceada. ¡De hecho estaba balanceada entre lo desagradable y lo incomible!

En medio del desayuno, los guardias gritaban dando aviso para que nos ubicáramos fuera de nuestras celdas, para ser inspeccionados. Se requería que cada prisionero tuviera los tres botones de su chaqueta de color caqui debidamente abrochados. Se nos pedía que nos quitáramos el sombrero cuando pasaba el guardia. Si nuestros botones estaban desabrochados, o no nos quitábamos nuestros sombreros o nuestras celdas no estaban ordenadas, se nos acusaba de una violación del código de la prisión y se nos castigaba con el aislamiento o la pérdida de comidas.

Después de unos meses, nos llevaban el desayuno al patio en viejos bidones metálicos de aceite. Entonces solía salir al patio y trotar por el perímetro hasta que llegaba el desayuno.

Después de la inspección, trabajábamos en el patio golpeando piedras hasta el mediodía. No había descansos, si reducíamos la velocidad los guardianes nos gritaban. Al mediodía, la campana sonaba para almorzar y otro contenedor metálico de comida era llevado al patio.

Después del almuerzo trabajábamos hasta las cuatro, cuando los guardias hacían sonar silbidos y una vez más nos ponían en fila para ser contados e inspeccionados. Luego nos permitían asearnos durante media hora. El baño al final de nuestro corredor tenía dos duchas de agua de mar, un grifo de agua salada y tres grandes baldes de metal galvanizado, que se usaban como bañeras. No había agua caliente. Nos parábamos o nos poníamos en cuclillas en estos baldes, enjabonándonos y limpiándonos el polvo del día con el agua salada. Lavarse con agua fría cuando hace frío afuera no es agradable, pero la aprovechábamos al máximo. Algunas veces cantábamos al bañarnos, lo que hacía que el agua pareciera menos helada. En esos primeros días, esta era una de las pocas veces en que podíamos volver a conversar.

Precisamente a las 4:30 pm, sonaba un fuerte golpe de la puerta de madera al final de nuestro corredor, lo que significaba que la cena había sido entregada. Los prisioneros con más derechos solían servirnos la comida y nosotros regresábamos a nuestras celdas para consumirla.

A las 8 p.m., el guardia nocturno se encerraba en el pasillo con nosotros y caminaba, ordenándonos que nos fuéramos a dormir. Nunca se escuchó ningún grito de "luces apagadas" en Robben Island porque la única bombilla cubierta de malla en nuestra celda iluminaba día y noche. Más adelante, aquellos que estudiaban para grados superiores podían leer hasta las diez u once.

Extractos de su libro “Un largo camino hacia la libertad” tomados de https://www.pbs.org/wgbh/pages/frontline/shows/mandela/prison/darkyears.html

Y tú: ¿Te sientes agradecido por las condiciones de vida que tienes actualmente?

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viernes, 22 de mayo de 2020

Poema: ¡En vida hermano, en vida!

En vida hermano, en vida

En-vida-hermano-en-vida

Si quieres hacer feliz
a alguien que quieras mucho…
díselo hoy, sé muy bueno
en vida, hermano, en vida…

No esperes a que se mueran
si deseas dar una flor,
mándalas hoy con amor,
en vida, hermano, en vida…

Si deseas decir “te quiero”
a la gente de tu casa
al amigo cerca o lejos,
en vida, hermano, en vida…

No esperes a que se muera
la gente para quererla
y hacerle sentir tu afecto,
en vida, hermano, en vida…

Tú serás muy venturoso
si aprendes a hacer felices,
a todos los que conozcas,
en vida, hermano, en vida…

Nunca visites panteones,
ni llenes tumbas de flores,
llena de amor corazones,
en vida, hermano, en vida…

Poema de Ana María Rabatté 

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viernes, 15 de mayo de 2020

Reflexión: No estamos en el mismo barco

NO ESTAMOS EN EL MISMO BARCO



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La "tormenta" del Covid-19 está cayendo sobre todos nosotros, pero estamos "navegándola en botes diferentes"...





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viernes, 8 de mayo de 2020

Historia: II La bailarina del campo de concentración


LA BAILARINA DEL CAMPO DE CONCENTRACIÓN – 2nda Parte

Edith-Eger-bailarina-Auschwitz

Edith Eger, su hermana Magda y su nueva familia emigraron a los Estados Unidos después de la guerra. Miles de millas separaron a Eger de su pasado, pero los recuerdos y el trauma la acompañaron. En su libro “La Bailarina de Auschwitz”, Eger describe sus recuerdos intrusivos, su corazón acelerado y la visión estrecha, con detalles viscerales.

Aunque Eger se negó a hablar de su pasado a sus tres hijos, su hija Marianne, de 10 años, encontró un libro de historia con fotos de los cadáveres esqueléticos apilados. Le preguntó a su madre qué era y Eger tuvo que salir corriendo de la habitación y vomitar en el baño. A los 30 años, Eger comenzó a estudiar psicología en la Universidad de Texas. Lenta y cautelosamente, empezó a hablar sobre el Holocausto y a examinar su experiencia, con la intención de aprender cómo sobrevivimos al trauma y qué transforma a una "víctima" en una "sobreviviente".

Especializada en estrés postraumático, Eger comenzó a trabajar con el ejército estadounidense. Pero su verdadero avance se produjo cuando tenía 53 años. "Tenía una bata blanca que decía ¨Dr. Eger¨, pero me sentía como una impostora porque realmente no lidiaba con mi pasado", dice ella. "No podría ser una buena guía para mis pacientes o llevarlos más allá de lo que yo misma había ido. Para eso, tuve que volver a la guarida de los leones y mirar el lugar donde asesinaron a mi madre, donde estaba tan cerca de la muerte todos los días".

Fue durante este regreso a Auschwitz que Eger se enfrentó a una verdad devastadora, un recuerdo que había tratado de ocultar incluso a sí misma: Siendo adolescente, cuando llegó a Auschwitz y esperó la selección, el oficial Nazi miró la cara sin arrugas de su madre, luego se volvió hacia Eger y le preguntó si era su "madre" o su "hermana". Eger no pensó en nada más y simplemente le dijo la verdad. Entonces su madre fue trasladada a la otra línea, la línea que conducía directamente a la cámara de gas.

“Hasta que regresé, yo era mi peor enemiga”, dice ella. “No solo tuve la culpa del sobreviviente, también tuve la vergüenza del sobreviviente. No necesitaba un Hitler por ahí, tenía un Hitler dentro de mí diciéndome que no era digna, que no merecía sobrevivir. Ese día, me permití ser humana, no sobrehumana ni subhumana. Hacemos las cosas como los seres humanos y cometemos errores. Si hubiera sabido mejor, lo habría hecho mejor, créeme. Pero a menos que reconozcamos que no podemos cambiar el pasado, realmente no podemos sanar y vivir la vida”.

El libro de Eger, “La bailarina de Auschwitz”, es un éxito de ventas internacional y tardó 10 años en escribirlo. Transportarse fuera de su "paraíso" y regresar al "infierno" no fue fácil. “Fue muy difícil, pero creo que es lo mejor que he hecho”, dice ella, “porque, como ven, lo opuesto a la depresión es la expresión”. “Pude sacarlo y llorar y llorar. ¡Con cada página perdí 2,000 libras de peso emocional!”

Cada parte de su experiencia ha contribuido a su trabajo. “Ayudo a la gente a darse cuenta de que la prisión más grande está en su mente, y estar libre del pasado significa no huir de él u olvidarlo, sino enfrentarlo. Veo mi trabajo como mi vocación. Y todavía no he terminado", ¡dice a sus 90 años de edad!

Y tú: ¿Has hecho las pases con tu pasado?


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viernes, 1 de mayo de 2020

Historia: La bailarina del campo de concentración


LA BAILARINA DEL CAMPO DE CONCENTRACIÓN - 1

Edith-Eger-bailarina-Auschwitz


La historia de Eger comienza en Košice, Hungría (ahora Eslovaquia) a sus 16 años, con sus padres y dos hermanas mayores. Su padre, un sastre, era un amante de la vida. Su madre era más distante, propensa a la decepción. Una hermana, Klara, prodigio del violín, estudió en Budapest, donde logró esconderse durante la guerra. Otra, Magda, era la "bromista", la que tenía una gran actitud. Eger era la "invisible". "Yo era una adolescente muy erudita", dice ella. "Tenía mi propio club de lectura y estaba leyendo la Interpretación de los sueños de Freud. ¿Por qué? Porque mi madre me dijo: ¨¡Me alegra que tengas cerebro porque no tienes buena apariencia!¨. Así que era una familia normal, tan imperfecta como cualquier otra".

Con el control nazi llegaron los toques de queda, las estrellas amarillas y los desalojos. La vida se apretó para las familias judías. Una noche de abril de 1944, los soldados golpearon su puerta y se llevaron a Eger, Magda y sus padres a una fábrica de ladrillos donde trabajaron y vivieron durante un mes con otros 12,000 judíos. El siguiente destino fue Auschwitz. Al llegar al campo de concentración, el padre de Eger fue llevado con los hombres y su madre también se separó cuando ordenaron a cualquier persona menor de 14 años o mayor de 40 dirigirse a una línea diferente. ("Solo se va a duchar", le dijeron a Eger cuando trató de seguirla.) Eger nunca volvió a ver a ninguno de los padres.

Su supervivencia en Auschwitz es en parte un testimonio del poder de su mente. En su primera noche, mientras se adaptaba a lo inconcebible, un comandante Nazi entró en su cuartel en busca de un "nuevo talento". Le ordenó bailar a Eger, quien era una bailarina entrenada. Cerró los ojos y transformó los barracones en la Ópera de Budapest. Así se ganó una porción de pan.

"En Auschwitz, nunca sabíamos lo que iba a suceder", dice Eger. "No podía pelear ni huir, pero aprendí cómo permanecer en una situación y sacar lo mejor de ella. Todavía tenía opciones. Por ejemplo, cuando nos despojaron de nuestro cabello, mi hermana Magda me preguntó: ¨¿Cómo me veo?¨ Parecía un perro sarnoso, pero le dije: ¨Tus ojos son tan hermosos. Nunca me había dado cuenta cuando tenías todo ese cabello¨. Todos los días, podíamos elegir prestar atención a lo que habíamos perdido o lo que aún teníamos".

Después de seis meses, a medida que los estadounidenses y los rusos avanzaban, los nazis comenzaron a evacuar el campo, y las hermanas se vieron obligadas a unirse a la "Marcha de la muerte" en toda Europa. Tiempo después los aliados los encontraron y la levantaron de una pila de cuerpos en un bosque austríaco. Eger tenía fiebre tifoidea, neumonía, pleuresía y una fractura en la espalda. Curar su cuerpo tomó tiempo, pero en un año se casó con Béla, a quien conoció en el hospital. (Él también había perdido a su familia, pero sobrevivió en las montañas, uniéndose a la resistencia partidista). "En ese momento, todo lo que nos preguntábamos era: ¨¿Cómo podemos ser normales?¨, y normal significaba casarse". En su luna de miel, quedó embarazada, en contra de los consejos de los médicos que creían que Eger era demasiado débil. Su hija, Marianne, fue un bebé saludable de 10 libras.

Pero la recuperación mental tomó mucho más tiempo. Ni Eger ni Magda hablaron de lo que había sucedido, ni entre ellas ni a nadie más. La negación era su escudo, creían que lo mejor era enterrar el pasado…

(Continuará en la siguiente entrada del Blog)

Y tú: ¿A qué eliges darle más importancia?

Adaptación del artículo “Mind power in Auschwitz and healing decades later”, tomado del diario The Guardian, Septiembre de 2018. 

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