72 DÍAS SOBREVIVIENDO EN LOS ANDES
El
13 de octubre de 1972 se accidentó en las montañas de los Andes, el equipo uruguayo
de rugby Old Christians Club.
El
accidente cambió para siempre el destino de Roy Harley y todos los
involucrados. De las 45 personas que la nave transportaba, 13 fallecieron de
inmediato cuando el fuselaje se partió en la caída, otros 4 agonizaron toda la
noche y murieron a la mañana siguiente, y una docena más perdería la vida
lentamente en las semanas siguientes por el agravamiento de las heridas o por
congelamiento.
En
esa batalla para sobrevivir decidieron llamarse ‘La Sociedad de la Nieve’. Estuvieron
atrapados por 72 días en las montañas heladas, sin agua ni alimentos, a más de
13.000 pies de altura y con temperaturas de hasta -30 grados. Después de la
primera noche fatal en los Andes —unas horas de oscuridad y aullidos desgarradores
que Harley evoca como “el infierno”—, los que habían resistido el accidente
rápidamente comprendieron que debían organizarse para sobrevivir.
“Los
estudiantes de medicina comenzaron a atender a los heridos. Los que tenían el
mejor estado físico intentaban liberar a quienes habían quedado atrapados entre
los asientos y recuperar los equipajes diseminados después del rompimiento del
avión”, recuerda Roy Harley.
Un
día, alguien encontró una pequeña radio portátil. Harley ya había comenzado sus
clases de ingeniería. Aunque apenas cursaba el primer año, sabía que con un
cable de cobre podía aumentar la recepción de la antena. Así, empezaron a escuchar
informativos. “Buscábamos noticias con desesperación. Desde los Andes
sintonizábamos una emisora uruguaya y nos enterábamos de cómo avanzaba nuestra
búsqueda. Teníamos total certeza de que el rescate era inminente”.
La
mañana del 23 de octubre, diez días después de desplomarse desde el cielo,
encendieron la radio una vez más. “Hoy se suspende toda búsqueda del avión
uruguayo caído en la cordillera”, escucharon decir a una voz solemne, y después
sólo hubo silencio. En “La Sociedad de la Nieve” sobrevino la disputa y la
desesperación.
Entonces
la noticia, en un primer momento desoladora, terminó siendo el mejor impulso.
“De la pasividad de esperar que llegara la ayuda de afuera, pasamos a la
acción. El grupo cambió totalmente. Sentimos rebeldía, decidimos mostrarle a
todos quiénes éramos, y lo que éramos capaces de hacer”.
La
‘sociedad’ volvió a organizarse en renovados equipos de trabajo. Algunos se
erigieron como líderes naturales, especialmente Roberto Canessa y Nando
Parrado, quien había perdido a su madre y a su hermana en la tragedia, pero
tenía un espíritu luchador.
Divididos
en grupos limpiaron el avión, retiraron los cuerpos del fuselaje e hicieron más
espacio para los lastimados; también quitaron los cueros de los asientos y
armaron mantas para cobijarse por las noches. “Era un equipo que trabajaba con
una fuerza increíble para sobrevivir. No había lugar para los deprimidos, ya
nadie lloraba. La noticia nos había enfocado en un único plan: Salir de la
montaña. Nos ocupábamos a conciencia de esos roles que habíamos asumido y los
acatábamos”.
En
la despensa improvisada dentro del fuselaje tenían una barra de chocolate, dos
turrones y dos frascos pequeños de mermelada, que a diario abrían para tomar
una ración delgada, con una navaja.
Cuando
esas provisiones se agotaron, pasaron a intentar comer las suelas de zapatos (pero
las dejaron por la cantidad de químicos que tenían) y la pasta dental. Pero la
inanición era evidente y el dolor en los músculos, adheridos a los huesos, se
volvía insoportable.
Fue
la debilidad extrema (Harley adelgazó de 190 a 83 libras) lo que los llevó a
tomar la decisión más sombría de todo el periplo: “Usar los cuerpos de nuestros
compañeros para poder sobrevivir”, dice Harley con mesura. “Esa medida tremenda
sólo fue posible para nosotros porque estábamos en las últimas; nos estábamos
muriendo, habíamos descendido a lo más primitivo del ser humano. Lo único que
podíamos hacer para subsistir era eso”.
Una vez más, la tarea recayó en los
jóvenes estudiantes de medicina, que con los escasos medios disponibles
-vidrios, una navaja desafilada- cortaron y extrajeron la carne que los mantuvo
con vida.
Cada
noche, cuando el sol bajaba y el frío se hacía insoportable, el grupo entraba
al avión, rezaba y se contaban uno a otro historias cotidianas, especialmente
de sus familias. “Hablar de cosas lindas era una de las pocas cosas que nos
ayudaba”, reconoce. Sólo así, invocando el calor del hogar, se quedaban
dormidos.
El
29 de octubre, mientras todos dormían, hubo un alud. Esa noche murieron dos de
sus mejores amigos, Gustavo Nicolich y Diego Storm, entre otros cuantos.
Después de esa nueva fatalidad, dijeron “basta”. Si se quedaban allí, la nieve
iba a devorarlos. Debían salir de algún modo, pedir ayuda.
Sesenta
y nueve días después del accidente, luego de un peregrinaje increíble, a pie y
a tientas por la inmensidad de los Andes, Parrado y Canessa divisaron en la
orilla de un río al arriero Sergio Catalán.
Horas
más tarde, quienes permanecían en la montaña, refugiados en el esquelético
fuselaje, escucharon la noticia por radio: Dos de los pasajeros del avión perdido
habían aparecido del lado chileno del macizo. Finalmente, se habían salvado.
Harley
confiesa: “Para mí no es problemático narrar esto. Cuando nos reunimos los sobrevivientes, volvemos siempre sobre el tema. No lo vemos como una desgracia.
Yo lo siento como un hecho impresionante, del cual fui y soy partícipe”. “Todas
las experiencias nutren a las personas, nos hacen ser quienes somos”.
Después de todo, del horror y la redención, Roy Harley concluye: “La
actitud no depende del contexto, pero siempre condiciona el resultado que
obtenemos”. Y asegura que la felicidad reside en agradecer: “Ser feliz es saber
disfrutar de lo que uno tiene. Ser feliz es tener amigos. Las cosas importantes
de la vida son el abrazo con un ser querido, mirar a los ojos, ayudar a
alguien”
Tomado de:
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