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sábado, 13 de junio de 2020

72 días sobreviviendo en los Andes


72 DÍAS SOBREVIVIENDO EN LOS ANDES


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El 13 de octubre de 1972 se accidentó en las montañas de los Andes, el equipo uruguayo de rugby Old Christians Club.

El accidente cambió para siempre el destino de Roy Harley y todos los involucrados. De las 45 personas que la nave transportaba, 13 fallecieron de inmediato cuando el fuselaje se partió en la caída, otros 4 agonizaron toda la noche y murieron a la mañana siguiente, y una docena más perdería la vida lentamente en las semanas siguientes por el agravamiento de las heridas o por congelamiento.

En esa batalla para sobrevivir decidieron llamarse ‘La Sociedad de la Nieve’. Estuvieron atrapados por 72 días en las montañas heladas, sin agua ni alimentos, a más de 13.000 pies de altura y con temperaturas de hasta -30 grados. Después de la primera noche fatal en los Andes —unas horas de oscuridad y aullidos desgarradores que Harley evoca como “el infierno”—, los que habían resistido el accidente rápidamente comprendieron que debían organizarse para sobrevivir.

“Los estudiantes de medicina comenzaron a atender a los heridos. Los que tenían el mejor estado físico intentaban liberar a quienes habían quedado atrapados entre los asientos y recuperar los equipajes diseminados después del rompimiento del avión”, recuerda Roy Harley.

Un día, alguien encontró una pequeña radio portátil. Harley ya había comenzado sus clases de ingeniería. Aunque apenas cursaba el primer año, sabía que con un cable de cobre podía aumentar la recepción de la antena. Así, empezaron a escuchar informativos. “Buscábamos noticias con desesperación. Desde los Andes sintonizábamos una emisora uruguaya y nos enterábamos de cómo avanzaba nuestra búsqueda. Teníamos total certeza de que el rescate era inminente”.

La mañana del 23 de octubre, diez días después de desplomarse desde el cielo, encendieron la radio una vez más. “Hoy se suspende toda búsqueda del avión uruguayo caído en la cordillera”, escucharon decir a una voz solemne, y después sólo hubo silencio. En “La Sociedad de la Nieve” sobrevino la disputa y la desesperación.

Entonces la noticia, en un primer momento desoladora, terminó siendo el mejor impulso. “De la pasividad de esperar que llegara la ayuda de afuera, pasamos a la acción. El grupo cambió totalmente. Sentimos rebeldía, decidimos mostrarle a todos quiénes éramos, y lo que éramos capaces de hacer”.

La ‘sociedad’ volvió a organizarse en renovados equipos de trabajo. Algunos se erigieron como líderes naturales, especialmente Roberto Canessa y Nando Parrado, quien había perdido a su madre y a su hermana en la tragedia, pero tenía un espíritu luchador.

Divididos en grupos limpiaron el avión, retiraron los cuerpos del fuselaje e hicieron más espacio para los lastimados; también quitaron los cueros de los asientos y armaron mantas para cobijarse por las noches. “Era un equipo que trabajaba con una fuerza increíble para sobrevivir. No había lugar para los deprimidos, ya nadie lloraba. La noticia nos había enfocado en un único plan: Salir de la montaña. Nos ocupábamos a conciencia de esos roles que habíamos asumido y los acatábamos”.

En la despensa improvisada dentro del fuselaje tenían una barra de chocolate, dos turrones y dos frascos pequeños de mermelada, que a diario abrían para tomar una ración delgada, con una navaja.

Cuando esas provisiones se agotaron, pasaron a intentar comer las suelas de zapatos (pero las dejaron por la cantidad de químicos que tenían) y la pasta dental. Pero la inanición era evidente y el dolor en los músculos, adheridos a los huesos, se volvía insoportable.

Fue la debilidad extrema (Harley adelgazó de 190 a 83 libras) lo que los llevó a tomar la decisión más sombría de todo el periplo: “Usar los cuerpos de nuestros compañeros para poder sobrevivir”, dice Harley con mesura. “Esa medida tremenda sólo fue posible para nosotros porque estábamos en las últimas; nos estábamos muriendo, habíamos descendido a lo más primitivo del ser humano. Lo único que podíamos hacer para subsistir era eso”. 

Una vez más, la tarea recayó en los jóvenes estudiantes de medicina, que con los escasos medios disponibles -vidrios, una navaja desafilada- cortaron y extrajeron la carne que los mantuvo con vida.

Cada noche, cuando el sol bajaba y el frío se hacía insoportable, el grupo entraba al avión, rezaba y se contaban uno a otro historias cotidianas, especialmente de sus familias. “Hablar de cosas lindas era una de las pocas cosas que nos ayudaba”, reconoce. Sólo así, invocando el calor del hogar, se quedaban dormidos.

El 29 de octubre, mientras todos dormían, hubo un alud. Esa noche murieron dos de sus mejores amigos, Gustavo Nicolich y Diego Storm, entre otros cuantos. Después de esa nueva fatalidad, dijeron “basta”. Si se quedaban allí, la nieve iba a devorarlos. Debían salir de algún modo, pedir ayuda.

Sesenta y nueve días después del accidente, luego de un peregrinaje increíble, a pie y a tientas por la inmensidad de los Andes, Parrado y Canessa divisaron en la orilla de un río al arriero Sergio Catalán.

Horas más tarde, quienes permanecían en la montaña, refugiados en el esquelético fuselaje, escucharon la noticia por radio: Dos de los pasajeros del avión perdido habían aparecido del lado chileno del macizo. Finalmente, se habían salvado.

Harley confiesa: “Para mí no es problemático narrar esto. Cuando nos reunimos los sobrevivientes, volvemos siempre sobre el tema. No lo vemos como una desgracia. Yo lo siento como un hecho impresionante, del cual fui y soy partícipe”. “Todas las experiencias nutren a las personas, nos hacen ser quienes somos”.

Después de todo, del horror y la redención, Roy Harley concluye: “La actitud no depende del contexto, pero siempre condiciona el resultado que obtenemos”. Y asegura que la felicidad reside en agradecer: “Ser feliz es saber disfrutar de lo que uno tiene. Ser feliz es tener amigos. Las cosas importantes de la vida son el abrazo con un ser querido, mirar a los ojos, ayudar a alguien”

Tomado de:


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