EL MONJE Y EL GENERAL, VIEJOS AMIGOS
Cuentan que, en el receso de una batalla, el general de un poderoso ejército se presentó en
el templo Tofuku, donde moraba un monje que tenía la fama de ser la persona más
sabia de su tiempo y las más dotada espiritualmente.
Su deseo no era más que el de saludarlo, ya que ambos habían
compartido tristezas y alegrías de la infancia en una pequeña aldea, no
demasiado lejana del lugar donde se levantaba el templo.
Cuando uno de los
aspirantes lo recibió en la entrada del templo, el general dijo: —Dígale al maestro que el general Kitagaki está
aquí para verlo.
El discípulo
entró en el templo y volvió a salir después de unos minutos.
—El maestro dice
que no puede verlo, ya que no conoce a ningún general.
—Sin duda se
trata de un malentendido. Dígale al maestro que volveré mañana.
Al día siguiente
el general volvió a presentarse frente al templo. En el camino había estado
pensando que quizás hubiera más de
un maestro en el templo. “Seré más claro esta vez”, pensó Kitagaki. Así
que cuando un discípulo salió a recibirlo, le dijo: —Dígale al maestro Ho que el general Kitagaki está aquí para verlo.
El joven hizo una
reverencia y entró al templo. Al salir, su respuesta fue idéntica a la del día
anterior.
—El maestro Ho
dice que no puede verlo, y que no conoce a ningún general.
—Dígale que regresaré mañana –dijo otra vez Kitagaki.
Antes de
retirarse agregó ofuscado: —Y dígale que más le vale no negarse de nuevo a
verme.
Aún no había
salido completamente el sol la siguiente mañana cuando Kitagaki se detuvo de
nuevo frente a las puertas del templo Tofuku, y, utilizando su voz firme y
sonora, se anunció frente al aspirante que estaba allí: —Dígale al maestro que el general Kitagaki,
líder del Ejército del Sur, demanda verlo. ¡Es una orden!
Nuevamente el
discípulo desapareció dentro del templo y al regresar repitió: —El maestro dice
que no puede verlo pues no conoce a ningún general ni tiene idea de cuál es el
Ejército del Sur. Pero le envía esto.
Entonces le
tendió al militar un pequeño caballito de madera, el tipo de juguete que habría
usado un niño de cinco años.
De repente aparecieron en la memoria de Kitagaki imágenes de la pequeña
aldea en la que había crecido, oyó las voces de los niños corriendo y la suya propia, cuando
jugaba con figuras de madera como la que en ese momento, tantos años después, tenía
entre sus manos. Permaneció un minuto en silencio y luego se dio cuenta de su
error:
—Preséntale mis
disculpas al maestro. Dile que su viejo amigo Kitagaki está aquí para verlo.
El aspirante a
monje volvió al interior del templo y, al cabo de unos minutos, salió acompañado
del maestro, que, abriendo los brazos hacia Kitagaki, dijo:
—¡Viejo amigo!
¡Qué gusto que estés aquí! ¡Hace tres días que te estoy esperando!
Cuento de Jorge Bucay.
Y tú: ¿Eres capaz de dejar a un lado el ego frente a tus amigos?
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