ARENA Y PIEDRA
Dos
amigos viajaban por el desierto y, en un momento dado, tuvieron una fuerte
discusión, lo cual enfureció mucho a uno de ellos quien cegado por la ira,
insultó y ofendió al otro.
El
hombre ofendido, sin decir nada se agachó y escribió con sus dedos en la arena
donde se encontraban: "Hoy mi mejor amigo me ha insultado y ofendido".
Continuaron
avanzando y al cabo de unas horas llegaron hasta un oasis donde decidieron
bañarse. El que había sido ofendido empezó a ahogarse. El amigo se lanzó al
agua y lo sacó, evitando que muriera.
Cuando
recuperó su respiración normal, su calma y energía, tomó un cincel y escribió
en una gran piedra al lado del lago: "Hoy mi mejor amigo me ha salvado la
vida".
Intrigado,
su amigo le preguntó: "¿Por qué cuando te ofendí escribiste en la arena y
ahora escribes en una roca?"
Sonriendo
le contestó: "Cuando un gran amigo nos ofende, debemos escribir la ofensa
en la arena, donde el viento del olvido y el perdón se encargarán de borrarla y
dejarla ir. En cambio, cuando un gran amigo nos ayuda, hay que grabarlo en la
piedra y en el corazón, donde ningún viento del mundo podrá borrarlo."
Adaptación
de un cuento de autor desconocido.
EL CARPINTERO
Dos
hermanos vivían cerca y en armonía durante muchos años. Ellos tenían granjas
separadas pero vecinas. Un día tuvieron un conflicto grave, era el problema más
grave después de 40 años de cultivar hombro a hombro, compartir maquinaria e
intercambiar cosechas y bienes en forma continua.
Comenzó
con un pequeño malentendido y fue creciendo hasta que explotó en un intercambio
de palabras hirientes, seguido de semanas de silencio.
Una
mañana alguien llamó a la puerta del hermano mayor. Al abrir la puerta encontró
a un hombre que le dijo:
—Buenos
días, soy carpintero de profesión. Estoy buscando trabajo por algunos días.
Quizás usted requiera algunas pequeñas reparaciones aquí en su granja, y yo
pueda ser de ayuda en eso.
—Sí—
dijo el hermano mayor— tengo un trabajo para usted. Mire, al otro lado del
arroyo vive mi vecino, bueno, en realidad es mi hermano menor. La semana pasada
había una hermosa pradera que nos unía, pero él desvió el cauce del arroyo para
que quedara entre nosotros. Él hizo esto para enfurecerme—agrego seriamente
enojado—pero yo le voy a hacer una mejor.
¿Ve
usted aquella pila de maderos junto al granero?— le preguntó al carpintero—. Quiero
que construya una cerca de dos metros de alto, que separe nuestras granjas. ¡No
quiero verlo nunca más!
El
carpintero le respondió— Ya veo, creo que comprendo la situación.
El
hermano mayor le ayudó al carpintero a recoger todos los materiales necesarios,
y le dio autorización para trabajar en la granja todo el fin de semana,
mientras él viajaba a la ciudad por provisiones y a visitar unos amigos.
Cuando
el granjero regresó, el carpintero había terminado el trabajo. Al supervisarlo,
el granjero quedó con los ojos completamente abiertos y su quijada cayó del
asombro.
No
había ninguna cerca. En su lugar, el carpintero había construido un hermoso
puente que unía las dos granjas a través del arroyo. Era una fina pieza de
arte, con todo y pasamanos.
En
ese momento, el vecino, su hermano menor, vino desde su granja rápidamente y lo
abrazó diciéndole:
—Eres
una persona muy noble, mira qué hermoso puente mandaste a construir después de
todo lo que te he dicho y hecho. Me has hecho reflexionar, la verdad me siento
muy avergonzado y te debo una disculpa.
Estaban
en su reconciliación los dos hermanos, cuando vieron que el carpintero recogía
sus herramientas.
—Nooo,
espera. Quédate con nosotros un par de días más, tengo varios proyectos para
ti— Le dijo el hermano mayor al carpintero.
—Me
gustaría quedarme —respondió el carpintero—pero mi trabajo acá ya está hecho.
Ahora depende de ustedes hacer que perdure.
Adaptación
de un cuento de autor desconocido.
EL SIERVO Y EL REY
Pedro
se acercó a Jesús y le preguntó: —Señor,
¿cuántas veces tengo que perdonar a mi hermano que peca contra mí? ¿Hasta siete
veces?
—No te
digo que hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete —le
contestó Jesús y continuó—Por eso el
reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar cuentas con sus
siervos. Al
comenzar a hacerlo, se le presentó uno que le debía miles de monedas de oro.Como
él no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su esposa y
a sus hijos, y todo lo que tenía, para así saldar la deuda. El
siervo se postró delante de él. “Tenga misericordia de mí —le rogó— y se lo
pagaré todo”. El
señor se compadeció de su siervo, le perdonó la deuda y lo dejó en libertad.
Al
salir, aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros que le debía cien
monedas de plata. Lo
agarró por el cuello y comenzó a estrangularlo. “¡Págame lo que me debes!”, le
exigió. Su
compañero se postró delante de él. “Ten paciencia conmigo —le rogó— y te lo
pagaré”. Pero él se negó. Más bien fue ante el juez y lo hizo meter en la
cárcel hasta que pagara la deuda. Cuando
los demás siervos vieron lo ocurrido, se entristecieron mucho y fueron a
contarle al rey todo lo que había sucedido. Entonces
el señor mandó llamar al siervo. “¡Siervo malvado! —le increpó—. Te perdoné
toda aquella deuda porque me lo suplicaste.¿No
debías tú también haberte compadecido de tu compañero, así como yo me compadecí
de ti?” Y,
enojado, el señor lo entregó a los carceleros para que lo obligaran a que pagara
todo lo que debía.
Parábola relatada por Jesucristo (Mateo 18:21-34)
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